Desde las primeras notas, Zimaya Taraf Black revela su naturaleza hipnótica: una fragancia que no se contenta con simplemente perfumar, sino que seduce, envuelve y transforma. Es un perfume que no se entrega fácilmente; se despliega con astucia, revelando sus secretos en capas, como un susurro en la oscuridad que se convierte en eco persistente.

El viaje comienza con la calidez envolvente de la vainilla, no como un dulce inocente, sino como una presencia reconfortante y adictiva. Esta apertura suave e insinuante actúa como una bienvenida en penumbra, donde la dulzura se funde con una intención más profunda.

Sin transición brusca, emerge el ámbar, aportando un velo dorado y resinoso que intensifica la atmósfera de misterio. No se trata de un ámbar brillante y luminoso, sino de uno oscuro, denso, casi líquido, que se desliza como sombras sobre la piel.

El corazón de Zimaya Taraf Black es donde la magia se retuerce en formas inesperadas: especias cálidas —quizá cardamomo, clavo o una canela en sordina— se entrelazan con la madera ancestral del oud, siempre indomable, siempre exótico. Junto a estas notas, una rosa apenas marchita florece, no como una flor fresca, sino como un recuerdo, una presencia que se rehúsa a desaparecer. Esta rosa no busca la ternura; quiere provocar, seducir desde un rincón oscuro.

La evolución de esta fragancia no concluye: su estela continúa transformándose. El fondo se sostiene en un equilibrio entre almizcles etéreos y acordes aromáticos que aportan ligereza sin restar misterio. Aquí, lo polvoriento aparece sutil, casi fantasmal, como una neblina perfumada que flota, dejando una impresión final de elegancia atemporal.

Zimaya Taraf Black no es una fragancia complaciente ni transparente; es un acertijo olfativo que exige ser vivido con atención. Es ideal para quienes buscan dejar una impresión imborrable y no temen a lo desconocido. Este perfume no se lleva, se habita. Y una vez que se entra en su mundo, es difícil querer salir.